En el mundo digital de hoy, “FF” podría significar
muchas cosas. Pero ésas dos efes unidas fueron relacionadas previa y casi exclusivamente
(en sentido artístico) con el italiano Federico Fellini.
A edad temprana se acercó al dibujo, buscó
colaboraciones en distintos medios. Posteriormente ingresó en el vasto mundo de
las letras, como guionista de cómics; pasó por la radio, hasta que nutrió al cine con sus
ideas, colaborando en los guiones de al menos una decena de obras, incluyendo
Roma Ciudad Abierta de Roberto Rossellini. Debuta en la dirección con El Sheik
Blanco, con un guión elaborado por Michelangelo Antonioni y Ennio Flaiano,
quien se hará un colaborador habitual.
Pero centrémonos en la obra mencionada en el título.
Ocho y medio ha sido reconocida más de una vez dentro de los listados TOP TEN a
mejores filmes. Se llama así por los largometrajes que llevaba filmados FF, más
un segmento en Bocaccio70 (obra coral). Elijo la obra por la fascinación que me
provoca ver películas cuya premisa consiste en hablar del cine mismo.
En la secuencia inicial las obsesiones del autor en
su variada filmografía se hacen presentes. Guido Anselmi –exitoso director de cine
interpretado por Marcello Mastroianni- se encuentra en medio de una crisis
creativa. Hay una sensación de asfixia obtenida tras haber desnudado su alma,
sabe que el público ansía más, se teme defraudar expectativas personales y
ajenas, se pierde en el sendero.
La cámara -que por momentos flota, por instantes permanece
inmóvil, lo mismo presenta minuciosos detalles que panorámicas- es el recurso
con que Fellini nos lleva de la mano a su mundo, donde no hay límites
espacio-temporales entre sueños, recuerdos, temores; pasamos del interior de un
vehículo a una playa con suma facilidad, para después emprender el vuelo cual
“cometa humano” y caer de súbito en el interior de una habitación.
Cada fotograma, cada elemento dentro del cuadro es
parte de una minuciosa y milimétrica danza. Vemos aparecer frente a nosotros
autos en un embotellamiento, hombres, manos sin rostro. En el momento en la playa, -cuando aparece el
caballo- es como estar viendo El Sheik; el hombre sentado en la arena parece
salido de La Dolce Vita (ambas obras previas del mismo director).
El protagonista no aparece más que como un sin rostro,
una sombra, un fantasma más dentro de ese “lugar” poblado de espectros. Su
identidad se diluye ante la dolencia que le aqueja.
Y es a partir de la figura del creador planteada en
la obra que se ha constituido una cierta mitología, derivada quizá en clichés. El
director de cine sensitivo, atormentado, con un gran ingenio, preso de la fama
obtenida tras el éxito, que busca que se conciba a su obra como arte y no como
negocio o espectáculo, incluso bien parecido y bien vestido, y, obviamente,
rodeado de mujeres.
Y he aquí la verdadera fuerza motriz de la cinta, y
de la vasta imaginería Felliniana, valga la expresión. La mujer y su
importancia en la vida del creador.
Si el “alma” del autor anhela la redención, ese
bálsamo que le cure, este aparecerá con rostro, nombre y cuerpo de mujer. La
mujer como la Musa que se busca incesantemente. La mujer también como compañera
o esposa, madre, amiga confidente, enfermera, amante demandante, actriz
obsesionada, e incluso la mujer como la potenciadora del precoz despertar
sexual.
Anouk Aimée, sobresaliente como Luisa la desatendida
esposa y compañera de vida, y Claudia
Cardinale que materializa a la musa-actriz objeto del deseo (y que ilumina la
pantalla con su sola presencia) encabezan el reparto con el cual se señala la multiplicidad
de conceptos que de la mujer tiene al autor.
“En una obra llena de símbolos, es éste el peor”
–refiriéndose a la musa salvadora- se apresta a decir Fellini, buscando quizá protegerse
de las críticas recibidas a priori y a posteriori de esta y sus demás obras. Hace
algo similar con quien personifica al guionista, al hacerle decir que la película
–dentro de la película- carece de premisa filosófica y por lo tanto, hay en
ella una serie de episodios gratuitos que divierten por su realismo ambiguo.
Fellini (voluntaria o involuntariamente) entonces
es implacable con sí mismo, al mismo tiempo que lo es con aquellos que le
critican.
Ocho y medio es pues, una obra llena de momentos
mágicos, circenses, con seres y hechos fantásticos, donde las palabras “ASA
NISI MASA” son un mantra capaz de transportarte a ese tiempo que se ha
ido, a esa infancia en la que no había más expectativa que sonreír, donde no se
buscaba a una Claudia Cardinale. Pero también remite a la soledad del proceso
creativo, a veces doloroso o poco gratificante, otras veces insuficiente. Es un
homenaje a las musas de todos los días, las mujeres de nuestra vida (no por
nada Greenaway retoma esta idea para su homenaje a Fellini, 8 & ½ mujeres).
Momentos a destacar son muchos, pero me quedo con dos.
El Voluptuoso baile de la Saraghina –irreverente, anti solemne- y con una de
mis secuencias cinematográficas favoritas (no sin polémica de por medio) que
bien podría traducirse como una fantasía del hombre occidental –pues transgrede
los preceptos culturales monógamos-. Aquí “El Creador” en sentido literal y
figurado… mejor véanlo.