sábado, 23 de julio de 2011

Everardo González y el documental mexicano




Si el cine de ficción en México presenta problemas con la producción, exhibición y distribución, ni hablemos de lo que padece el cine documental; bueno, mejor sí, hablemos de él.

Sé que ahora muchos asocian al documental con un extenso promocional jurídico que llegó a las salas de cine recientemente (Presunto Culpable) –aquí los exhibidores eran igualmente productores, anormal coincidencia que le favoreció drásticamente- y que se  valió de una serie de no muy claras estrategias para atraer público. Pero no, el documental existe desde mucho antes.

Una carta abierta de distintos documentalistas mexicanos marcaba una postura lejos de las ideas de los responsables de dicha obra. La mayor crítica recaía –creo yo- en el discurso que se asumía como objetivo, como portador de la Verdad absoluta; y es que si algo marca a una obra es la carga subjetiva que lleva. Bien se dice en esta carta que decidir el encuadre ya es excluir.



Uno de los tantos firmantes de la carta es Everardo González, un hombre que gusta de contar historias, de esas que suceden todos los días frente a nosotros, al lado. Pues si bien la ficción nos cuenta las historias de lo que “puede ser”, el documental retoma fragmentos de esta realidad, para algunos doliente, para otros un cúmulo de derrotas, para otros su vida al fin y al cabo.

Los personajes típicos de la ficción cinematográfica (en su mayoría) son jóvenes que habitan espacios urbanos, pertenecen cuando menos a la clase media, están insertos en esta dinámica global, con dudas existenciales, pero con las necesidades básicas resueltas. Y así no son los personajes –sujetos de carne y hueso al fin- del cine de Everardo González.

Tras unos cortos de carácter documental, en el año de 2006 filma la que será su tesis en el CCC “La canción del pulque” Y he aquí una declaración de principios.

En un país tan desigual como el nuestro, tan variado,  tan multicultural, es obvio que millones de gentes no se ven identificadas con las historias que muestran el cine, la televisión, la literatura. Siguen siendo los olvidados de Buñuel, pero estos –reitero- son de carne y hueso, tienen nombre y una historia detrás.

Nada más lejos del clamor popular que el pulque, ancestral bebida usada por pueblos prehispánicos para sus ritos sagrados, pero hoy día asociada –despectivamente- a las clases bajas, a los seres marginales, a los barrios, a los pueblos. Añadamos el asco que produce en una gran cantidad de personas debido al famoso “muñeco” con el que la bebida se fermenta, en síntesis hay una serie de prejuicios alrededor de tan noble bebida.

Y González nos lleva al campo, particularmente al estado de Tlaxcala, para saber de hombres que elaboran la bebida y que plantean un problema ajeno para la mayoría: se están acabando las reservas naturales, ya no habrá en algunos años de donde sacar el pulque. Y ante esa duda que lleva implícita la interrogante de qué harán estos “pulqueros” cuando ese día llegue, nos encontramos de pronto con los parroquianos de una “pulcata” llamada La Pirata.

Charlan animosamente, cantan, celebran, comparten; la vida que les ha negado muchas posibilidades les retribuye a modo de un extenso surtido de curados.

La naturalidad que nos ofrecen hombres y mujeres del lugar ante la cámara es gracias al trabajo previo del director, al lograr haberse hecho uno más de esa pequeña sociedad. La cámara pues, dejó de ser una intrusa. Repasar juntos la vida –en palabras de González-. Ellos y él, y nosotros los espectadores.



Tras premios en distintos festivales y una corrida por ciertas salas destinadas al cine no comercial, dos años después apareció el siguiente documental de González, que llevaba por título “Los ladrones viejos”.

Aquí encontramos hombres similares a los de La canción del pulque, con una leve diferencia. Los protagonistas de la obra, son todos, ladrones (carteristas, asaltantes, estafadores) quienes narran con lujo de detalles como practicaban su oficio.

Rememoran ese pasado lleno de juventud, de posibilidades, de riesgos, ese atajo que un día tomaron y que les permitió salir de las condiciones de pobreza en las cuales habían nacido. Arrebataban mucho de lo que la vida les había negado desde temprana edad.

Y sin hacer apología de crimen, si nos muestra que estos hombres a pesar de cometer una serie de crímenes tenían un código (intentaban no dañar físicamente a nadie, mostraban signos de humanidad), algo que suena impensable para nuestras historias criminales actuales.

Con ayuda de material fílmico de archivo se construye –gracias a una impecable edición- una ágil historia, donde los contrastes de las imágenes antiguas y las contemporáneas nos brindan un completo panorama del antes y el ahora de estos nuestros ladrones viejos.



El cielo abierto es la más reciente producción del documentalista. Trata sobre los diarios de Oscar Romero, sacerdote salvadoreño, pero más que nada, un testigo de la dolorosa guerrilla que aquel país sufrió.



Por igual interesante resulta la historia detrás del documental. Una vez encargado al realizador, y habiendo llegado a la etapa del primer corte, preocupa a quienes le financian y deciden retirar el apoyo (incomodaba la visión del Religioso que ofrecía el documental). Después inicia la lucha de González por los derechos y porque esa obra pueda ser exhibida, y logra difundirle. De hecho la película estuvo siendo exhibida en un sitio por internet previo pago 5 dólares (ignoro sin aún se pueda ver así).

Viren al documental, mexicano por ejemplo, no todo es ficción, estas obras nos muestran un poco de lo que somos.

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